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Serendipia en fotografía: cuando el accidente se vuelve método

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Introducción: del tropiezo al hallazgo (y por qué importa).


Si en la primera parte de esta serie defendimos el “momento decisivo” y en la segunda celebramos el “no decisivo”, hoy ponemos el foco en un tercer vector que atraviesa la historia del medio: la serendipia. Es decir, el papel del azar, el error y la contingencia en la creación de imágenes que recordamos. Lejos de ser un residuo que el fotógrafo “limpia” en edición, el accidente ha sido—y sigue siendo—motor de innovación estética, técnica y conceptual.


No es un tema lateral. La serendipia permite entender cómo la fotografía se negocia entre intención y efecto, entre control y sorpresa. En nuestras percepciones (Gestalt mediante), el cerebro cierra formas y busca patrones incluso cuando la imagen es inestable o nace de un error: ahí florecen lecturas nuevas, el “punctum” barthesiano que pincha y desplaza lo esperado. En suma: sin azar, la fotografía sería menos fotografía.


Un buen punto de partida es el programa “Fotografía y azar” (KBr Fundación MAPFRE), que estructura el fenómeno en varios niveles: lo que está delante del objetivo (el mundo), el propio proceso técnico (química/óptica/digital) y la actividad detrás de la cámara (la decisión, el gesto, la edición). Es una cartografía útil: el azar puede operar en la escena, en la máquina o en el autor. Y, muchas veces, en los tres a la vez.


Un marco para estudiar el azar: escena, máquina, autor.


1) Azar en la escena (antes del disparo).


Lo imprevisible que sucede delante de la cámara: un gesto que irrumpe, una nube que abre un hueco de luz, un reflejo que aparece y desaparece. La fotografía captura contingencias que ningún guion podría prever; a veces el fotógrafo solo llega y mira.

Stieglitz lo exploró con sus Equivalents (nubes como estados de ánimo): lo que se ve es meteorología; lo que se lee, psicología. “Quería demostrar cómo ‘retener un momento’ de forma que quien vea la imagen reviva un equivalente de lo expresado”, escribió.

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2) Azar en la máquina (durante el proceso).

Solarizaciones, veladuras, grano, arrastres de emulsión, compresión digital, glitches. Parte fueron descubrimientos accidentales: la solarización que Lee Miller y Man Ray convirtieron en lenguaje (encender la luz en el cuarto oscuro produce contornos halados, el “efecto Sabattier”).

Hoy suena técnico; entonces fue un error útil que pasó a la historia.


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3) Azar en el autor (decisión y edición).

A veces la serendipia entra por la edición: lo que hoy consideramos “la foto” fue un hallazgo en la hoja de contactos o en el archivo (Winogrand decía: “Fotografío para ver cómo luce el mundo fotografiado”).

La intención llega tarde: el sentido emerge al releer el material.


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Este tríptico—escena, máquina, autor—no es teórico: se ve, se toca y se mide en casos concretos.


Genealogía rápida de la serendipia: del laboratorio al manifiesto.


Daguerre, Herschel y los orígenes.


El nacimiento del medio ya es una negociación con lo imprevisto.


Se ha contado—con tintes legendarios—que Daguerre notó por azar el poder revelador del mercurio sobre las placas de plata yodo-bromadas (la anécdota del termómetro roto se repite en manuales; lo importante aquí es que el revelado por vapores de mercurio cristaliza una técnica a partir de una contingencia observada y sistematizada).


Pocos días después, Sir John Herschel presenta el hiposulfito de sodio como fijador eficaz (el “hypo”) y, de paso, regala el nombre: “photography”.


La fotografía nace de intención + accidentes.


Surrealismo y “azar objetivo”.


Los rayogramas de Man Ray y los fotogramas de Moholy-Nagy convierten lo accidental en método: colocar objetos sobre papel sensible y dejar que la luz dibuje lo que ni el ojo ni la lente habrían previsto. Es el laboratorio como teatro del accidente controlado.


Del cuarto oscuro a la calle.


Tras la guerra, la serendipia salta al terreno de la fotografía callejera (Friedlander, Winogrand, Erwitt): sombras que atraviesan, reflejos que superponen mundos, sincronías improbables que el fotógrafo sospecha pero no controla.


Es la cara imprevisible del “momento decisivo”: no solo se caza, también se acepta lo que entra en cuadro.


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Provoke y la estética del “error” (are, bure, boke).


En el Japón de 1968-70, Provoke (Nakahira, Takanashi, Moriyama…) abraza el grano, el desenfoque y el movimiento para producir imágenes “provocadoras”, casi violentas, donde el accidente es ideología (“are, bure, boke”: áspero, movido, fuera de foco).


La belleza aparece precisamente porque la imagen parece “mal hecha”.


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La era algorítmica.


Hoy la serendipia también es computacional: Google Street View captura el mundo de forma automática y artistas como Jon Rafman (“Nine Eyes”) o Michael Wolf (“A Series of Unfortunate Events”) encuentran—no “hacen”—fotografías en esa marea de imágenes.


La pregunta sobre autoría y azar se vuelve radical: ¿de quién es el hallazgo?


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Casos que lo explican todo (y cómo leerlos).


1) Man Ray & Lee Miller: la solarización como hallazgo.


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La historia es conocida: en el cuarto oscuro, una luz se enciende por accidente durante el revelado; en lugar de arruinar el negativo, surge un borde luminoso y un contraste particular.


Man Ray y su asistente y compañera Lee Miller repiten y perfeccionan el fallo hasta convertirlo en firma formal.


El “error” se vuelve recurso expresivo; la técnica cambia la iconografía del retrato y de la moda.



2) Ansel Adams: Moonrise, Hernandez, New Mexico (1941)



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Pocas fotografías condensan mejor la serendipia controlada.


Viajando, Adams ve una luna alzarse sobre un pueblito y tiene segundos para exponer.


Sin medir la luz (el fotómetro no aparecía), estima el valor usando el brillo lunar y su experiencia.



Luego, en el cuarto oscuro, dodge & burn durante años hasta fijar la copia “definitiva”.


Es azar (la nube que abre, el tiempo que corre), pero domado por oficio y memoria técnica.


3) Cartier-Bresson: Derrière la Gare Saint-Lazare (1932)



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Símbolo del “momento decisivo”, pero con un componente de azar menos citado: dispara a ciegas a través de un agujero en una valla; no pudo llevar el visor al ojo.


El salto sobre el charco, la silueta del perfil recortada, el cartel del circo reflejado… confluyen en una imagen que él no vio plenamente al momento del disparo.


Control y serendipia no se excluyen; se alian.



4) Robert Capa: D-Day (1944), el desenfoque como drama



Las copias legendarias del desembarco en Omaha Beach son temblorosas y borrosas.


Durante décadas se repitió que un accidente en el laboratorio de LIFE derritió emulsiones por exceso de calor, salvando apenas 11 fotogramas; esa precariedad acentuó la sensación de caos.


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La historia ha sido matizada (A. D. Coleman cuestiona el mito del “asistente torpe” y hasta el relato de Capa sobre su posición), pero el punto relevante para nuestro tema es que el defecto técnico terminó funcionando como símbolo de experiencia límite.


La serendipia—o, al menos, su relato—forjó la estética de una guerra.


5) Alfred Stieglitz: Equivalents.



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Fotografiar nubes para hablar de estados internos: un gesto de confianza en que el azar atmosférico pueda volverse estructura de sentido si el encuadre y el tiempo son los adecuados.


Es también un manifiesto de lectura: la fotografía no necesita “tema noble” para afectar; la forma y el tiempo bastan. (Minor White formalizó esta intuición: “la teoría de la Equivalencia trata la sugestión del espectador de forma consciente y responsable”.)


6) Provoke (1968-70): are, bure, boke



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La apuesta japonesa por la textura del error —grano, desenfoque, barrido— convierte la contingencia en programa estético y político.


La fotografía ya no “representa” con claridad; impacta como si fuese sonido distorsionado. Es otra manera de decir: el accidente también dice verdad.



7) Azar algorítmico: Rafman y Michael Wolf frente a Google Street View


Ni control del disparo ni gesto de cazador: curaduría del accidente. Rafman recorre Street View y extrae escenas que nadie encuadró; Wolf fotografía la pantalla y acentúa su textura pixelada.


La cuestión ya no es si el azar entra, sino quién firma el resultado y a qué llamamos “hacer” una fotografía en la era de la captura automatizada.


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¿Por qué nos fascina lo accidental? Gestalt, “punctum” y lectura abierta.


La psicología de la percepción (Gestalt) recuerda que tendemos a cerrar formas, buscar simetrías y completar patrones.


Por eso leemos orden donde hubo azar. Una solarización “recorta” perfiles y guía la mirada; un desenfoque “funde” masas y nos hace organizar la escena en grandes volúmenes; un barrido sugiere dirección aunque el mundo estuviera quieto. El error funciona como estímulo perceptivo: activa la participación del espectador, que completa lo que falta.


De ahí a Roland Barthes hay un paso: el punctum es ese detalle que “me punza”, algo no previsto por el fotógrafo y no domesticable por la composición; a menudo, un accidente (una sombra mal colocada, una arruga, un destello).


El azar hace fisuras por donde entra lo real.



Chéroux y la dignidad del error.


Clément Chéroux (curador y teórico) ha defendido una historia de la fotografía capaz de integrar sus fallos.


En Breve historia del error fotográfico y en diversas entrevistas, propone tomar en serio lo que sale mal: veladuras, halos, doble exposiciones, aberraciones.


No como curiosidades, sino como pasos de una gramática que expande el medio.


Su tesis—muy resumida—es que el error, cuando se asume y se reelabora, innova.


No todo accidente es arte, pero toda innovación en fotografía ha convivido con accidentes.


El ciclo “Fotografía y azar” del KBr—con conferencias específicas sobre serendipia—abre este frente en clave pública: pensar la suerte y el tropiezo como vectores de creación, no simples obstáculos.


Su propia descripción organiza el tema en capas (escena, técnica, autor), una topografía práctica para docentes y estudiantes.


Lecturas en conflicto: mito, edición y verdad.


El caso Capa D-Day lo ilustra bien: durante décadas dimos por buena una narrativa del accidente (el secador que derritió emulsiones en la redacción de LIFE) que, con el tiempo, se ha discutido con documentos y cronologías. ¿Le quita valor a las fotos? No.


Desplaza su lectura: la serendipia puede ser técnica o puede ser relato, pero en ambos casos moldea recepción y canon.


Un consejo para estudiantes: investiguen el making-of de las imágenes icónicas; entenderán cómo la historia del medio también es historia de sus mitologías.



Serendipia práctica: cómo hacer sitio al azar sin dejar de pensar.


No se trata de “dejar todo al destino”, sino de diseñar oportunidades para el encuentro imprevisto:


  • Estrategias de paseo: variar rutas, horarios y ritmos; dejar márgenes de no-plan en cada salida. (Aprender a ver lo que no ibas a buscar.)


  • Parámetros abiertos: trabajar a velocidades que permitan algo de movimiento; aceptar grano y altos ISOs como textura, no como defecto.


  • Materiales con carácter: película caducada, cruces de proceso (C-41 en E-6 y viceversa), papeles con respuesta peculiar; en digital, compresión, panorámicas automáticas o Live Photos como caladeros de cosas no previstas.


  • Edición generosa: mirar hojas de contacto/archivos con distancia emocional; buscar lo que te sorprende más que lo que “confirma” tu plan inicial.


  • Aprender del laboratorio (analógico o digital): replicar fallos de forma controlada; si un error te gustó, documenta cómo ocurrió.


  • Curaduría como práctica: el caso Street View demuestra que encontrar también es crear; ejercita selección y secuenciación de lo que ya existe.


Ética y autoría: no todo vale.


La serendipia no exime de responsabilidades.


Hay límites éticos (no fabricar tragedias, no invadir intimidades vulnerables) y legales (derechos de autor, derecho a la propia imagen).


El debate en torno a Rafman y Michael Wolf sobre autoría en imágenes extraídas de Google Street View es un buen ejemplo: ¿quién firma el azar? La respuesta no es unánime, pero las instituciones han reconocido valor artístico a esas operaciones de lectura.


El consejo: si trabajas con material ajeno o automatizado, explica tu método, cita fuentes y argumenta tu posición.



Lista ampliada de ejemplos históricos de serendipia (para investigar y enseñar).


  • Herschel y el “hypo” (fijador): estabiliza químicamente la imagen fotográfica. Serendipia técnica con consecuencias estéticas (tonos, permanencia).


  • Man Ray / Lee Miller: solarización (error de luz que deviene firma formal).


  • Cartier-Bresson: Derrière la Gare Saint-Lazare, disparo “a ciegas” por un hueco en la valla.


  • Ansel Adams: Moonrise y la exposición estimada al vuelo + años de interpretación en copia.


  • Elliott Erwitt: instantes cómicos—perros, miradas, reflejos—donde la coincidencia construye sentido (la risa como forma de verdad).


  • Daido Moriyama / Provoke: “are, bure, boke” como poética programática del error.


  • Stieglitz: Equivalents; el azar meteorológico como gramática expresiva (y antecedente del “equivalente” de Minor White).


  • Jon Rafman / Michael Wolf: serendipia de datos: extraer arte de capturas automáticas.



Serendipia y lectura del espectador: de la Gestalt al “equivalente”.


Cuando el azar entra, el espectador hace más trabajo.


Las leyes Gestalt (proximidad, semejanza, cierre, figura-fondo) sostienen la inteligibilidad de imágenes borrosas, veladas o incompletas: agrupamos manchas, cerramos contornos, decidimos qué es figura y qué es fondo.


Por eso el “error” puede mejorar el impacto: genera participación cognitiva.


Ahí encaja Stieglitz: Equivalents pide que cada uno proyecte su experiencia—un uso consciente de nuestra sugestibilidad (en palabras de Minor White, la equivalencia trata la “sugestión” del espectador de modo responsable).


El azar, al no dictar unívocamente el sentido, abre la lectura.



Una visión (muy) contemporánea: azar, datasets y posproducción.


El azar ya no solo ocurre al disparar: sucede cuando un algoritmo recompone un HDR, cuando el autofocus decide por ti, cuando una compresión introduce artefactos, cuando un modelo de IA “imagina” detalles al reescalar.


La pregunta para la próxima década no será si “aceptar” el azar, sino cómo declararlo y con qué criterio editarlo.


En esto, los casos Street View han sido escuela: hacer fotografía también puede ser descubrir, seleccionar y secuenciar en mares de datos.



Conclusión.


No hace falta romantizar: no todo error es oro.


Pero la historia de la fotografía muestra que muchas de sus conquistas nacieron de tropiezos convertidos en método.


La serendipia no compite con el ojo ni con la técnica; los afila.


Pide tres cosas: atención (para reconocer el hallazgo), perseverancia (para repetirlo y entenderlo) y criterio (para editarlo con rigor).


Así que la próxima vez que algo “salga mal”, hazte estas preguntas:—¿qué está diciendo este error que una toma limpia no diría?—¿puedo repetirlo? ¿puedo explicarlo?—¿abre una lectura que no había previsto?


Si la respuesta es sí, enhorabuena: quizá acabas de encontrar tu próxima herramienta. O, al menos, un buen tema para seguir mirando.




 
 
 

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